
RESEÑAS PERIODÍSTICAS
2021 Septiembre _ Rafael Escobar. Texto del catálogo de la exposición "los trabajos y los días".
2012 Diciembre _ Concha Trapero. Revista de Artes y Letras "Luces y Sombras"
2004 Noviembre _ Ricardo Moreno. Diario Levante
1997 Abril _ José Garnería. Diario Las Provincias
1997 Abril _ Alfred M.Oltra. Diario Levante
1997 Abril _ Manuel Galiana. Diario 16
1995 Junio _ David Pérez. Revista de Arte "LÁPIZ" nº 113
1995 Marzo _ Nilo Casares. Diario Levante
1988 Abril _ A.L." Las Artes" Crónica
1988 Abril _ M. Fernández Cid. Diario 16
1988 Marzo _ J.R. Danvila "Guía del Ocio"
1988 Marzo _ Pablo Jiménez. "El Punto de las Artes"
1988 Marzo _ J.Pérez Gerra. "Cinco Días"
1988 Marzo _ Carlos García Osuna. Diario YA
1986 Marzo _ Javier Rubio. Diario ABC

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2021 Texto para el catálogo de la exposición "Los trabajos y los Dias". Cuenca
POÉTICA DE LA IMPRECISIÓN Y LA HUMILDAD
El que asiste en silencio al nacimiento humilde de las formas
que comienzan de pronto a definirse
a adquirir su certeza su individualidad.
(Basilio Sánchez. "He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes")
Cuando miro un cuadro de Manuel Macías, imagino un paraje, un desierto lunar con irisaciones. Una desolación que pronto se convierte en tristeza imperfecta porque la vida se insinúa. En formas nebulosas, como captadas en la fantasmagoría de una duermevela, intuidas en la encrucijada entre el espesor y la ambigüedad. Por ello su aparente esquematismo es denso, está lleno de resonancias que crecen en la subsconsciencia, sin permiso ni corroboración de la antípoda cerebral, y ahí quedan flotando como ecos o trazos. Similares a los que él mismo atrapa a vuelapluma, igualando el hallazgo y el azar, en un paseo, o una mirada a la noche, es decir, en una cotidianidad que no lo adormece sino que lo convierte en un vigía alerta, inconsciente de su avidez.
Como en Friedrich, hay una fotografía más íntima que externa. Pero que cuyos perfiles son más asequibles al tacto, a la delicadeza o a la morosidad de lo que se va palpando entre la ceguera, que a la vista. Al igual que algunos de los mejores poetas de la modernidad (WC Williams, Crane, Heaney) su arte no admite discursividad (y menos aún apelación ideológica o moral), ni anécdota narrativa, sino tensión atmosférica, una trama de sugestión psicológica que se hila en un temblor cómplice. Que hace de nuestro mirar un continuum en que cada cuadro se convierte en la contextualización anímica precisa para observar el siguiente. Un elemento decisivo para el logro de ese efecto es su tonalidad cromática. Su "azul" que rehúye las adscripciones más tópicas de dicho color. Esas que lo asocian a una apatía melancólica que ciertos artistas quieren presentar como languidez y pronto se convierte, antes en el tedio del observador que de su artífice, en modorra. Su azul es un color vitalista. Como el que tiembla en la garganta de quien sabe entonar un blues. Quizá un impremeditado recordatorio de que la tristeza puede, y debe, convertirse en energía, en una llamada a la acción. Por eso son obras que posibilitan que la mirada, ese desconsuelovoyeurista que acompaña a quien necesita la expresión como ultimátum al no ser,suba de estatus ontológico, pase a equivaler a una experiencia vital íntegra, completa.
A esta imprecisión, que no sabemos si es deliberada pero se nos regala como natural,perceptible también en sus aproximaciones subjetivas a otro género canonizado como el del "bodegón", se añade en sus retratos otro concepto, o acaso un don, con el que se hibrida para acabar creando una hermosa dualidad, un maniqueísmo que no es excluyente sino una
aleación feliz: el de la humildad. En sus composiciones con figuras, el artista queda desdibujado en segundo plano, en pose que no busca ni el solipsismo ni en el ensimismamiento, que no hubieran sido sino maneras (bastante impúdicas, por cierto) de llamar la atención, sino el vértigo de su propia desaparición. A menudo, la modelo, frágil alegoría de todo lo existente, se mira reflejada en el espejo. Y ahí entendemos que todo arte, a no ser que sea una falsificación o una trampa, no puede sino constituir una afirmación de la autosuficiencia de la vida. Un rito en que lo real no solo se sabe, se palpa, sino que se fecunda indefinidamente, convirtiéndose en celebración antes que en juego o reflexión meditativa. Así el artista, convertido por una convicción en absoluto fatalista en cáscara, en vehículo de alguna otredad que le estimula no conocer, posibilita el sueño de que lo artificioso adquiera el brillo de una emanación espontánea de la naturaleza, como una espina o una fruta. Y ahí nuestra emoción. La pintura regresada a la experiencia sensorial que siempre constituyó su vocación. Vida que, a la vez que enrique y hace más ancha nuestras existencias particulares, nos arrebata con la alegría de que solo ella. y en absoluto nosotros, importe.
Rafael Escobar

2012 "Sol y Sombra". Revista de Artes y Letras nº 28
PAISAJES, CAMINOS... LA OBRA GRÁFICA DE MANUEL MACÍAS.
Desde su primera exposición en el año 1988 Manuel Macías viene recorriendo el fascinante y complicado camino de la
pintura. Y precisamente es éste, el camino, el hilo conductor de sus obras, el gran protagonista de sus paisajes, tema recurrente que maneja con maestría.
Me cuenta que utilizar el camino le permite seleccionar la inabarcable realidad de los paisajes y así deja de ser un observador distanciado para convertirse en caminante, el paisaje mostrado en el cuadro es el que va a recorrer o ha recorrido, es el escenario por el que transita.
Quizás por ello, si miramos sus paisajes, observaremos una característica común en todos ellos: sus caminos, carreteras o travesías no parecen tener fin, como amarga metáfora de lo que nunca alcanzaremos. Y si seguimos afinando en nuestra observación, encontraremos siempre un punto de inflexión: un árbol de formas casi fantasmagóricas, una amenazadora nube oscura, un poste desnudo y seco, las luces de una ciudad en la noche, un coche lejano que no acertamos a saber si se acerca o se aleja... Elementos, todos ellos, que vienen a añadir una cierta inquietud a nuestra primera reflexión.
Mientras escribo estas líneas, tengo todavía reciente mi visita a la interesantisíma exposición de Edward Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Evidentemente, son dos artistas muy distintos en cuanto a estilo, técnica y utilización del color, pero contemplar la obra de Manuel me produce una impresión similar a la que me produjo la obra del americano: tiene más importancia lo que no vemos que lo que la propia realidad nos muestra. Ambos consiguen que el observador vaya más allá de lo evidente y ahonde en lo que nos están dejando de contar y que apenas se insinúa.
Esta idea enlaza perfectamente con lo que Manuel nos contaba en su última exposición en el mes de mayo en la Galería Jamete de Cuenca: "el trabajo del pintor consiste en obtener, con los pocos y limitados medios de la Pintura, los signos que logren evocar en el espectador esa vivencia, ese territorio donde cognición, percepción y sensación se abrazan".
Y como dice muy acertadamente, con un cuadro pasa lo mismo que con un chiste que, si necesita explicación, algo falla. Esto es obvio para el artista pero no tanto para el espectador o el profano y, menos aún, para el critico que, al fin y al cabo, de algo tiene que vivir. Así que desde aquí y aún a riesgo de llevar la contraria a nuestro protagonista, os invito a que, siguiendo vuestro propio camino, intentéis encontrar lo que se oculta en la obra del artista. Nada más fácil si seguís la pista que el nos suministra para no perdernos.
"La pintura no se puede estar inventando cada día, pero el reto es precisamente ese: pintar como si antes no hubiese
existido y tu la estuvieses inventando, es decir, pintar no para mostrar lo que sabes sino lo que sientes".
Concha Trapero

2004 DIARIO LEVANTE, Valencia
CIELOS INTERIORES
Manuel Macías, nos presenta una exposición en la que la luz surge, a través de empastes y restregados, además de un exquisito uso de las transparencias, la fluidez de la materia. Vapor, humo y niebla son algunos de los recursos expresivos utilizados para generar esos mágicos efectos. En el actual panorama artístico revisar la tradición de los pintores del siglo XVIII inglés podía ser, tal vez la excusa de esta propuesta artística. Cuando hablamos del realismo dieciochesco inglés, estamos hablando sobre todo de William Turner, un pintor en el que destaca su propuesta estética <<sublime>>, con sublime quiero decir que usa el lienzo para reflejar las fuerzas y la calma de la naturaleza, experimentando también con la luz y el color. Podemos incluso citar a Baudelaire: <<Quien dice romanticismo, dice arte moderno, es decir, intimidad, espiritualidad, color, aspiración al infinito y todo expresado por los medios artísticos>>.
En ésta línea, Macías refleja en sus paisajes de los alrededores de Cuenca o en su vista nocturna de Requena, la sensación de aislamiento que también vemos en la tradición pictórica americana de principios de siglo, que muestra en sus paisajes un realismo de soledad y de incomunicación con un uso espléndido de la luz y del color.
En cierto modo podríamos decir que en los cuadros del artista, surge un reflejo de forma intemporal a la vez, recuerda el cielo de Cuenca, de Londres o del Medio Oeste Americano. Parece adentrarse en un paisaje mágico, en el que incluso la sensación de incomunicación es protagonista, buscando plasmar esos instantes de pensamiento íntimo que muchos añoramos.
Contemplando estos cuadros el espectador puede percibir la individualidad puramente creadora del artista, la sensación de aislamiento del paseante conduce a desvelar más de esos paisajes, de esos instantes, de eso que podemos acabar diciendo que son poemas pintados.
Ricardo Moreno

1997 DIARIO 16, Valencia
UNA ESTÉTICA POSTMODERNA DEL CLAROSCURO
Esta es la segunda vez que Manuel Macías (Madrid, 1959) expone de forma individual en la Galería Nave Díez, tras su "luz de cruce" de 1995. Tal como sugiere este título genérico, Manuel Macías sigue realizando una pintura de carácter temático cuyo escenario principal es el paisaje viario bien sea metropolitano o de carretera. Dentro de este amplio marco formal desarrolla toda una poética de la penumbra en la que las frases se construyen a base de grandes espacios de sombra articuladas mediante oportunos puntos de luz, siempre de naturaleza artificial, y protagonizados por cenitales y protectores focos de alumbrado o por un contrapunto de próximos e inquietantes faros de automóvil. Todo un mundo urbanita y crepuscular, una serie de espacios solitarios en que una latente presencia humana se presiente pero se obstina en brillar por su ausencia. Son también paisajes de ambientes que caminan hacia un ominoso proceso de clausura, hacia una progresiva y quizás irremediable, pérdida de horizonte. Manuel Macías consigue, con su posmoderna estética de claroscuro, suscitar en el espectador esa inquietante y desasosegadora sensación que fluctúa entre la agorafobia y claustrofobia. Quizá se trate también de una gran metáfora sobre la encrucijada en que está nuestra desnortada sociedad actual.
Manuel Galiana

1997 DIARIO LEVANTE, Valencia
PAINTING-ROADS Y PAISAJES CREPUSCULARES
Estamos acostumbrados a asociar el verde con la naturaleza y da la impresión que no se puede pintar un paisaje sin este color. Pero esto es un error que probablemente arranca de los impresionistas. Frente al paisaje verde, más o menos Mediterráneo y el color de los parques y jardines nórdicos, está el paisaje del desierto, las dunas (F.Lozano), la Sabana, el Pedregal, el calvero y las montañas rocosas… moderna mente está además el paisaje formado por el cemento y el asfalto, tan estimado por Antonioni, carreteras, autopistas, Buildings y rascacielos.
Frente al paisaje de los impresionistas, Manuel Macías nos ofrece un paisaje que podríamos calificar de painting-road; sería el paisaje abierto de la carretera, con todo lo que ello significa y simboliza. Para dicho paisaje Macías, madrileño afincado en Cuenca, prefiere una luz crepuscular o nocturna con sus colores consecuentes: negros, , ocres, pardos, marrones, tierras, sienas.…toda una paleta poco frecuentada.
En el cine, el coche puede ser protagonista y llenar toda una secuencia o hasta un filme entero: recordemos, por ejemplo, La escapada o Thelma y Louis, pero en un cuadro el coche resulta frío e incómodo, a menos que se le cree su atmósfera adecuada: Macías lo hace. Para apreciar la gama de colores utilizada por este pintor hay que afinar las cuerdas de la sensibilidad. No obstante, Manuel Macías, en su segunda muestra individual en Valencia, está consiguiendo como en la primera, la atención y el interés del público.
Alfred M. Oltra

1995 REVISTA DE ARTE "LÁPIZ" nº 113
Los escasos análisis dedicados a estudiar la relaciones establecidas entre la pintura y el cine suelen encontrarse basados en aproximaciones meramente iconográficas y descriptivas. Con independencia del interés que las mismas puedan suscitar, pensamos que un profundo y detallado examen de los vínculos existentes entre ambas manifestaciones artísticas deben empujarnos hacia áreas más conceptuales que representativas; es decir, hacia ámbitos más cercanos a las sincronicidad mental y/o sensitiva que a la simple superposición icónica. Esta reflexión viene motivada por la exposición que Manuel Macías presenta durante estos meses en la galería Nave 10 en la que la pintura, sin abandonar jamás sus cualidades más propias y específicas, queda íntimamente imbricada no tanto con el lenguaje cinematográfico o con algunos de sus más repetidos estereotipos, como determinadas maneras narrativas de concebir el mismo.
Antes que imágenes precisas y familiarmente reconocibles, su pintura plantea desde un primer momento la búsqueda de una materialidad pictórica que, pese a tener puntos de contacto con la abstracción de carácter más lírico, no por ello deja de explorar el espacio de una "debilitada figuración", un ámbito este en el que la mirada al sentirse tan desnuda como desvalida no reconoce formas que intuye semejanzas, sino que traza sospechas y configura soledades.
Bajo el título de "Luz de cruce", las obras presentadas recorren un wendersiano estado de las cosas en el que tan solo resplandecen las sombras de una pintura que es concebida como desolado transcurso y vacío tiempo. Olvidando para ello cualquier referencia de carácter humano, elabora con un preciso cuidado los paisajes de una serena aflicción y de un abatido discurso. A través de los mismos descubrimos las perdidas luces de unos automóviles que, intuidos antes que observados, recorren en su imposible realidad la infinitud de unas carreteras fantasmas que, en su desesperanza, actúan como imagen invertida y perversa de esas autopistas de la información que acercándonos a nada nos alejan de todo.
Transformados los resplandores de la noche en pintura y las luces de la oscuridad en lienzo, asistimos con la serenidad que define al Barroco más austero (ése que es tal por la desmesura y radicalidad de su propia sobriedad), a la construcción de una visión que habitando el ámbito de una espesa ignorancia se conjuga con la cansina aridez de su propio deambular. En el espacio que paulatinamente se conforma entre la desesperante quietud un gélido movimiento y la angustiosa calma de una aciaga parálisis, se establecen los límites de una pintura que, parafraseando a Cioran, actúa como aquel "Cuadro de desengaños" que, imaginado por el filósofo rumano en las paredes de todas las escuelas, nos mostraría no sólo "las decepciones reservadas a cada cual" si no, de manera muy especial, el hecho de que "no hay nada, o casi nada, que esperar de la vida".
El sosiego de una desconocida entropía y la helada sacudida de un placentero pavor convierten las pinturas de Manuel Macías en rastro de un cinematográfico discurso articulado por medio de fragmentos de secuencias y retazos de imágenes. En este sentido, estas obras invitan a perdernos en la tensa suavidad de una superficie cuyo oficio es tan sólo el medio poético utilizado para provocar ese "desesperanzado decir" al que con anterioridad hemos hecho alusión. Resulta interesante apuntar que a pesar de hacer gala de una cuidada y esmerada técnica (tanto en concerniente a los óleos como en los relativo a los dibujos) todas estas piezas se desgajan de un trabajo cuyos objetivos tan sólo pretendan quedar centrados en dichos aspectos.
Partiendo de esta constatación podemos apuntar que la recuperación pictórica de estos últimos años responde, tal y como en diversas ocasiones hemos señalado, a una antiexpresiva reflexión y a una contraemotiva aseveración. La misma recoge la influencia de un tratamiento distanciado y el interés por la parquedad retórica minimalizadora. No es azaroso, por lo tanto, que todas estas características se recojan con una meticulosa precisión en los trabajos de Macías. Los mismos, al participar de ese callado universo que busca abocarnos a la serenidad de una mirada contramediática, desarrollan las pautas de un arte que desea explorar las posibilidades de una visión que huya de la enfermiza aceleración icónica de nuestros días. Es por este motivo por lo que el melancólico abatimiento que en estos lienzos existe deviene placentera asunción de lo visual. Con todo, una extraña y densa atmósfera pervive en el interior de estos concentrados paisajes nocturnos. Cioran, una vez más, has sabido delimitar en sus textos el alcance de los mismos. Es por ello por lo que pensamos que esta pintura se haya próxima a sus palabras. Con el rumor de estas deseamos finalizar: "Todo se explica a las mil maravillas si admitimos que el nacimiento es un acontecimiento nefasto, o al menos inoportuno; pero si se piensa de otra manera, debe uno resignarse a lo ininteligible".
David Pérez

1995 DIARIO LEVANTE, Valencia
Desde que el Muelle de Levante comenzó a andar, y cobrar notoriedad, existe un problema que no deja de repetirse: Si nos encontramos, o no, ante una ola de pintura verista. Cuestión que no deja de discutirse incluso entre sus promotores; en tal contexto surge la exposición de la obra más reciente de Manuel Macías (Madrid, 1959) en la galería Nave 10, de la que convendría mencionar sus antecedentes.
La exposición inmediatamente anterior presentada por la galería Nave 10 era una colectiva que, con título <<Pequeño formato>>, quería presentar distintos, en total seis, modos de enfrentarse ante la pintura. Pero, hete aquí, uno de los pintores participantes demuestra fuertes afinidades con la manera que desde el Muelle de Levante ha llegado a boca de todos.Y ya tenemos la individual de Manuel Macías.
Comenzaba apuntando los problemas que, para algunos intérpretes, plantea la "maniera levante" -si se me permite referirme, en tal modo abreviado, a la pintura que nuestro club promueve últimamente- en tanto que posible promoción de un verismo pictórico que -dicen- debiera ser obsoleto. El asunto verista se presenta como un problema de justicia referencial entre el objeto pictórico y el objeto pintado, y defiende que el pintor se ciña a los puros términos sensitivos -desnudos y plenos- en los que la realidad se le ofrece, al traducir a pintura sus sensaciones, como si la realidad, la verdad, fuera tan pequeña como se aparece a la vista. En este caso, si nos atenemos a tal modo de entender el verismo -estricto-, nos encontramos con una tarea, no sólo imposible, sino, además insulsa. Pero si lo entendemos en un sentido lato, tal vez convenga visitar la exposición de Manuel Macías para comprender qué pintura, tampoco así, es verista; pues su pintura se plantea como testigo de los ambientes, de los climas respirados por el pintor enfrentado a la parcela de la realidad que va a expresar, y no como obtención de un reflejo sensualista del modelo.
Si uno atiende a los cuadros en los que se retratan los destellos de las carreteras en la noche, reconoce unos referentes compartidos -a pesar de lejanos-, aunque tales referentes no se recogen al dedillo, porque más desean conmover que conducirnos al reconocimiento. Aún cuando los cuadros son luminosos y lo figurado se realiza en detalle, no supera el retrato de un nimio coche: y no enseña nada pero induce a la soledad, al letargo: Un nuevo pintor que, fuera del verismo, quiere relatar la pintura.
Nilo Casares

1988 LAS ARTES, CRÓNICA, Madrid
El cuerpo en el paisaje. Desnudo como los árboles o las rocas. No descriptivo de encantos o de repulsas. El cuerpo, natural y anónimo. El cuerpo, opaco receptor de la luz, no inductor, ni cómplice.
Este es el primer planteamiento, planteamiento literario que la elección del texto de Cesare Pavese hace más visible, si bien, la apoyatura argumental, se convierte en sugestiva interpretación, tanto más cuanto la pintura de Manuel Macías, acierta en esa natural impasibilidad del texto << ...Tomo el sol y tomo el agua, vago y me siento en la hierba, miro, olfateo, vuelvo al agua y nunca me ocurre nada >> logrando una rara y eficaz narrativa paralela que contiene, trasladado a su lenguaje plástico, la misma rousoniana placidez que aquel transmite.
El ejercicio de color, a partir de carbones quizás un tanto rígidos, es muy sugestivo. << Los pintores que no son coloristas, no pintan sino que sombrean >> diría Delacroix. Y la cita, extemporánea al referirnos a Macías, no lo es tanto, si advertirnos al espectador sobre esa actitud neoromántica - evidentemente no barroca - que esta pintura sostiene.
Manuel Macías, madrileño de 1959, salido de la Facultad de Bellas Artes en 1983 y participante en los Salones de Pintura Joven de estos últimos años, tiene, evidentemente, mucho que decir y de ello es buen indicio esta exposición con que la galería Emilio Navarro inicia su andadura.
A.L.

1988 DIARIO 16, Madrid
Y mientras uno de los mejores espacios madrileños cierra, Emilio Navarro abre otro, frente a Seiquer, con la intención de ir presentando la obra de artistas jóvenes. Inaugura con Manuel Macías, pintor asiduo a muestras y salones de pintura joven o a los Talleres de Arte Actual.
En sus composiciones, paisajes y anatomías en los que demuestra notable técnica, a partir de esquemas bastante clásicos, recurre con frecuencia a apagar las figuras en efectos contenidos.
Miguel Fernández Cid

1988 LA GUÍA DEL OCIO, Madrid
NUEVA GALERÍA, NUEVO PINTOR
Acaba de abrir sus puertas una nueva galería madrileña, la de Emilio Navarro, quien ha elegido para la ocasión la obra del joven pintor Manuel Macías, que anteriormente había sido vista en diferentes convocatorias del Salón de Pintura Joven, en la Muestra del Círculo de Bellas Artes y, más recientemente, en la Casa de Vacas del Retiro.
Con la excusa de un texto de César Pavese, en donde se habla de nudismo, naturaleza, paisajes de rocas y aguas, y con el pensamiento puesto en imaginar sencillas epopeyas, Macías ha realizado una serie de pinturas en donde se integran todos estos elementos a través de un manejo de recursos expresionistas principalmente, aunque con una manifiesta derivación hacia lo contenido del lirismo. El tema es para ello un condicionante bastante fuerte. En muchas de sus pinturas, Macías se muestra como un buen conocedor de los resortes que deben argumentar el arte y así los contenidos se impregnan de las cualidades íntimas que atraen al espectador: por un lado, la técnica, y por otro, el misterio de una historia y la buena forma de narrarla.
José Ramón Danvila

1988 EL PUNTO DE LAS ARTES, Madrid
ESPLENDORES EN LA FIGURACIÓN DE MANUEL MACÍAS
Siempre es grato el celebrar la inauguración de una nueva galería de arte y mucho más cuando ésta se propone la difícil tarea de apostar por los valores más jóvenes de nuestro panorama. Tarea difícil pero también apasionante en lo que supone de posibilidad para la apuesta decidida por un criterio y una forma de entender las novedades y las posturas, las corrientes y las inquietudes de jóvenes artistas. A Emilio Navarro lo respaldan años de trabajo en la galería Kreisler, en esta nueva empresa en la que tiene espacio para más valientes propuestas le deseamos todos los parabienes.
Manuel Macías ha sido el pintor encargado de inaugurar la sala. El suyo es un nombre que seguramente a muchos le resultará familiar por su presencia en muestras diversas de artistas jóvenes. Tal vez lo más llamativo de su obra sea una figuración que parece siempre muy atenta a ademanes y posturas llenas de expresividad. Una extraña forma de ver al hombre infiriendo en el paisaje, transformándolo y dándole sentido con un juego que va desde la indolente participación a cierta indiferencia. Pero no hay que olvidar, aunque tal vez quede algo oculto por las riquísimas sugerencias de ese mundo amable y que parece creado para el disfrute y la comunión, esa naturaleza amable que sabe regalar y transmitir una suerte de sensualidad armónica, no hay que olvidar, digo, las sugerencias y riquezas, los jugosos aciertos, de un colorista pleno y seguro que sabe aunar los prodigios de gamas contrastadas, con un dibujo que resulta flexible aún en sus más rígidos juegos y una composición inteligente y bastante clásica, aunque con regustos de la tradición de los expresionistas abstractos. Todo ello puesto al servicio de un mundo que sin ser apolíneo sabe exaltar la felicidad de una naturaleza amable y expresiva hecha para el disfrute de la soledad. Hay algo en estas obras de bucólicas añoranzas, un cierto clasicismo más de concepto (y que, por ejemplo, por poner una referencia no muy lejana en el tiempo, podemos encontrar en parte de la obra del siempre fascinante poeta Pessoa). En momentos en que la obra de otros artistas nos han acercado a las referencias iconográficas del mundo clásico y helénico, Manuel Macías parece más interesado en acercarnos a su espíritu, desde un plano que huye de todo lo que pueda parecerse a melancólica reverencia y se acerca desde un sentimiento común de armonía con la naturaleza.
Pablo Jiménez

1988 DIARIO CINCO DÍAS, Madrid
EMILIO NAVARRO, NUEVA GALERÍA
Madrid cuenta con un nuevo espacio para las artes plásticas, una galería, Emilio Navarro, que se abre en el 5 de la calle General Arrondo con el propósito de promocionar arte actual, en especial el de las nuevas promociones, y << crear afición y fomentar el coleccionismo >>. La exposición inaugural, que estará abierta hasta el 5 de abril, exhibe pintura Manuel Macías (Madrid, 1959).
Manuel Macías está ya en el espacio en que las promesas dan paso a las realidades concretas, ha tenido su primer ciclo experimental con cursos y colectivas: << El Foro >>, de Pozuelo; la << Casa de las vacas >>, del Retiro, y con esta primera individual se expone con una colección de óleos en los que desnuda al hombre y lo sitúa en su propio entorno con su soledad y sus decisiones.
Son cuadros, tanto los óleos como los dibujos, bien abocetados, equilibrados, en los que el motivo es toda una ocasión para plasmar espacios plásticos con alta expresividad por sus formas y por la entonación que ambientan tierra, naturaleza en pleno vigor, agua y aire, vida siempre. El hombre desnudo, como si buscase su propio paraíso, criatura en sus realidades primarias, una inteligencia que trata de salvar los elementos y abrirse sitio en la inmensidad. Es una pintura tan natural como expresiva, con altas calidades, siempre directa por el fondo y por la forma; fondo humano, misterioso y hasta poético; forma rotonda, como corresponde a la textura que visiona y narra.
Una nueva galería en el panorama artístico de Madrid; un pintor con maneras, con mucha técnica, con la imaginación suficiente para mantener su propio ritmo y lograr la escalada emocional que ya se apunta.
J. Pérez Guerra

1988 Diario ABC, Madrid
El texto de Cesare Pavese reproducido en el catálogo ilumina un aspecto importante de las pinturas de Manuel Macías: el aspecto de la presencia humana desnuda, solitaria, con sólo la Naturaleza -piedra, agua, madera- por compañía.
El cuerpo desnudo. El cuerpo ofrecido a todos los daños, arquitectura frágil, presencia oculta a los otros, que solamente, se desata y se muestra en el momento de la intimidad compartida.
En la pintura, el desnudo siempre suscita una tensión. Por tópico que sea el tema mitológico o histórico, la presencia de la curva humana, de su color pálido, arrebujado en blancos o en colores para velar el sexo, inquieta y produce un doble movimiento de atracción y rechazo. También produce una definición: Parece como si la carne descubierta de posesionara del espacio que la rodea y el ámbito se concretara con su presencia, lánguida o fugaz, estática o dinámica.
El cuerpo desnudo nos remontan al origen; en él -pudoroso u ofrecido- no caben mentiras, la mentira es el principio de los trajes. El cuerpo tiene género, función, nombre; nunca es ajeno, nunca es alusivo. Vacía al aire con su continente; tiene sombra, es casi imposible que su color se oculte, pues palpita y se tiñe con la sangre.
Creo que todos estos extremos los ha tenido en cuenta Manuel Macías en el momento de emprender su trabajo. Trabajo que, partiendo de dibujos y apuntes previos, ha llevado a cabo para mostrarnos su capacidad de, interpretando un texto literario, fantasear un mundo y unos hombres con los que él se identifica, en los que él se identifica. Porque es indudable que su elección del cuerpo masculino, como protagonista de sus recorridos por los lugares idílicos que elige y precisa, no es una elección azarosa, sino determinadamente sentida, cercanamente percibida, y que guarda en su centro la pregunta constante: ¿quién y cómo soy yo?
Es cierto que estos hombres que se mueve por los bien compuestos paisajes, casi paradisíacos, en los que han entrado, no son nadie en concreto y lo son al mismo tiempo. Su traza, su figura rehuye una personalización estricta, huye del nombre, pero es memoria: como es memoria su espacio, los lugares donde aparecen, donde se muestran ajenos a cuanto no sea su estar, su discurrir.
¿Por qué su discurrir? Manuel Macías coloca el agua cerca del hombre. El agua es tiempo en su fluir. La luz es tiempo en su tránsito hacia el interior de la garganta donde espera los torrentes o las cascadas, y se hace noche en el volumen, en la sombra. Igualmente árboles, troncos, ramas son tiempo. El hombre es tiempo en reposo -su pulso late-; tiempo, también, en la flexión de sus piernas, en el apoyo de sus brazos.
Manuel Macías sale airoso de propuesta que él mismo se ha fijado. Merece la pena acercarse y ver por uno mismo esta pintura que tiene futuro, que contiene una fruición contagiosa; la del aire libre, la del cuerpo, ese animal magnífico que nos sustenta.
Alfonso Castaño

1986 Diario ABC, Madrid
ARTE JOVEN
Con edades comprendidas entre los veintidós y los treinta años, medio centenar de jóvenes pintores han sido reunidos en la gran exposición que, por segunda vez, ha organizado el instituto de la juventud en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Antes de cualquier otro comentario, subrayemos la pujanza artística española, capaz de congregar tal número de pintores y escultores que, en cantidad y calidad superan con mucho las muestras semejantes que hemos contemplado en los últimos años, proveniente de otros países europeos y, sobre todo de Estados Unidos. No puede negarse que la <<capital del arte>> es, hoy día, Nueva York; pero del arte como fenómeno comercial como mercado. Los centros productores están, entre otros países, en España; y esto se pone de relieve continuamente, pese a la dureza con que cada país trata de proteger los <<productos>> naturales. Ya en otra ocasión hemos destacado que, además de la pintura (en la que España siempre estuvo en cabeza a lo largo de la Historia), asistimos a un resurgimiento de la escultura, gracias sin duda a la facilidad con que los jóvenes artistas han asimilado los nuevos materiales y renovado la manera de tratar los materiales clásicos (madera, piedra, bronce). Citemos, en esta ocasión, los interesantes hierros soldados de Jordi Canudas (Barcelona, 1963); las formas insólitas en fibra de vidrio y poliéster de Seve Flores (Montevideo, 1959); los esperpentos en lino, papel y alambre de Alfredo García Revuelta (Madrid, 1961); las originales y polícromas estructuras en madera y hierro de Alberto Ibáñez (Teruel, 1957) los impecables aceros (que ya conocíamos) de Pello Irazu (San Sebastián, 1963); las figuras fantásticas en acero, hormigón, tela metálica y esmalte de Nuria Manso (Barcelona, 1960); los hierros pintados <<constructivistas>> del valenciano Emilio Martínez Arroyo, y los <<monstruos>> simpáticos en chapa de hierro soldada de Ignacio Van Aerssen (Madrid, 1957). Un 15 por 100 de escultores no es porcentaje desdeñable, sobre todo teniendo en cuenta que, tradicionalmente, la pintura está más extendida entre nosotros debido, en gran parte, a la diferencia de costes del material. Imposible citar ni siquiera una mínima parte de los participantes a esta muestra de arte joven que, en su conjunto, merece más de una visita despaciosa y que es un anticipo del futuro del arte Español.
Javier Rubio